Con Pablo de unos tres años, Hermilda, que todavía trabajaba como
maestra en la misma escuela, fue
trasladada por el gobierno a un área rural en la vereda El Morro de
Titiribí- Antioquia. Como dependían
tanto de ese sueldo oficial no tuvieron más remedio que emigrar, incluso con Abel dejó arrendadas sus tierras. Desde que llegaron no se sintieron a gusto en
tales lejanías de las montañas del suroeste; la familia estuvo a punto de morir
en un episodio típico de la violencia política colombiana ejercida por los
llamados chulavitas conservadores, que iban eliminando por las fincas a los
sospechosos de ser liberales y nada peor que esa maestra nueva que lo había
confesado desde su llegada; cuando estaba a punto de entrar una horda de esos
que asesinaban sin piedad, llegó el ejército y los salvó providencialmente.
Todos quedaron hondamente impactados y según la tradición desde esa época su
madre desarrolló una enorme devoción por el Niño Jesús de Atocha, a quien atribuía haberlos librado de tal amenaza.
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